Editorial | Julián Melgosa

Buscar el equilibrio en un mundo de extremos

Al final de mi programa de Licenciatura en Educación en la Universidad Complutense de Madrid, España, tuve que elegir un tema para mi tesis. Como me había convertido recientemente a la fe Adventista del Séptimo Día, pensé que sería buena idea explorar la ideología educativa y la filosofía de Elena G. de White. Después de todo, sus escritos tenían mucho sentido y eran bastante avanzados para su época. Hablé con uno de los profesores más rigurosos en el área de la historia de la educación sobre la posibilidad de desarrollar tal tema y le pedí que fuera mi asesor. Su única pregunta fue sobre la relevancia de la autora que yo proponía. Él nunca había oído hablar de Elena G. de White y no aceptaría a alguien que sólo proporcionara consejo sectario a una pequeña denominación religiosa.

Durante las siguientes semanas busqué artículos, tesis y disertaciones sobre Elena G. de White y encontré media docena de estudios académicos para convencer a mi profesor. Él aceptó mi propuesta y tuve el privilegio de estudiar y escribir sobre este tema durante un año bajo su guía. Al final del año académico, defendí con éxito la tesis ante un comité de académicos que estaban muy interesado en Elena G. de White como contribuyente a la historia de la educación en los Estados Unidos y el mundo.

Estudiar los escritos de Elena de White y particularmente lo que tenía que decir sobre la educación fue enriquecedor. A través de este ejercicio, aprendí no sólo el contenido de sus mensajes sobre educación, sino que también llegué a admirar y respetar a esta autora y a aceptar sus mensajes como inspirados.

Una de las cosas que aprecio de los escritos de Elena de White es su equilibrio. Tiende a presentar polos opuestos para invitar al lector a elegir una posición equilibrada. Por lo tanto, es importante considerar el cuadro completo y el contexto, en lugar de centrarse en una frase o idea. Tomemos, por ejemplo, esta cita:

“A los niños se les debe enseñar a respetar el juicio experimentado. Se les debe educar de tal manera que su mente esté unida con la de sus padres y maestros, e instruirlos de manera que puedan ver cuán apropiado es escuchar su consejo.”1

Esto se pudiera leer con el entendimiento de que los padres y los profesores deben tomar el control total de la mente de sus estudiantes y no promover el pensamiento u opinión independiente. Pero en el mismo capítulo también escribió:

“Hay muchas familias de niños que parecen bien educados mientras están bajo la disciplina del adiestramiento; pero cuando el sistema que los une a reglas fijas se quebranta, parecen incapaces de pensar, actuar o decidir por sí mismos. Estos niños han estado durante tanto tiempo bajo una regla férrea que no les permite pensar y actuar por su cuenta en las cosas en que es apropiado hacerlo, no tienen confianza en sí mismos para actuar de acuerdo con su propio juicio, ni tienen opinión propia.”2

Tomadas de manera separada, las citas anteriores pueden conducir a una rigidez extrema o a una libertad ilimitada al educar a los niños de la iglesia. Pero en un contexto más amplio, uno debe adoptar una posición más central y equilibrada. Por lo tanto, debemos tener cuidado de no caer en ninguno de los dos extremos.

La Biblia también nos alerta sobre los riesgos de los extremos. Parece que incluso algo bueno en exceso puede ser peligroso. Dijo el hijo de David, rey de Jerusalén: “No seas demasiado justo, ni sabio en exceso; ¿por qué habrás de destruirte?”.3 Sin debatir el significado de ser demasiado justo o demasiado sabio, podemos aprender fácilmente de estas palabras que los extremos no son recomendables.

En los últimos meses hemos escuchado múltiples explicaciones y posibles consecuencias de la pandemia de COVID-19. Hemos recibido todo tipo de interpretaciones, dese las voces que afirman que es un engaño hasta las que afirman que los humanos y los animales se extinguirán dentro de dos años. Esto es normal y se espera de diversas poblaciones con acceso a una amplia información y con una gran cantidad de tiempo libre. El problema es cuando nos sentimos atraídos y aceptamos posiciones radicales sólo porque las recibimos en un pequeño mensaje virtual. A pesar de lo útil que se ha vuelto la internet, ¡cuán engañosa puede ser! La época cunado solo se podía compartir información si se estaba dispuesto a tomarse el tiempo para pensar, reflexionar, escribir y distribuir con moderación quedó atrás. Hoy en día, a través de las redes sociales y el correo electrónico, podemos usar libremente el Copiar y Pegar, Reenviar a todos, Compartir, etc. En un instante se puede enviar contenidos sin sentido, confusos, que distraen o incluso verdaderamente dañinos.

En conclusión, los padres, profesores y estudiantes deben ejercer su compromiso inquebrantable de desarrollar sus ideas al examinar fuentes diversas y confiables y al ser críticos con todas ellas. Lo más importante es que constantemente deben informar y fundamentar esas ideas con las Escrituras. Nunca antes había sido tan relevante como hoy el mensaje de que la verdadera educación consiste en “educar a los jóvenes para que sean pensadores, y no meros reflectores de los pensamientos de otros hombres”.4

Julián Melgosa

Julián Melgosa, PhD, es Director Asociado de Educación de la Asociación General de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, con oficinas centrales en Silver Spring, Maryland, EE. UU. Se desempeña como el intermediario para la educación superior y como asesor para las divisiones Norteamericana, Sudamericana y Transeuropea. El Dr. Melgosa también se desempeña como Editor Asociado de La Revista de Educación Adventista (ediciones internacionales).

Citación recomendada:

Julián Melgosa, “Buscar el equilibrio en un mundo de extremos,” Revista de Educación Adventista 82:2 (2020).

NOTAS Y REFERENCIAS

  1. Elena G. de White, Consejo para los Maestros (Mountain View, CA: Pacific Press, 1971), 74.
  2. Ibid., 74.
  3. Ecclesiastes 7:16. Reina-Valera 1995 (RVR1995). Copyright © 1995 by United Bible Societies.
  4. Elena G. de White, Educación (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1998), 17.