Mi trayectoria con la ficción ha sido larga: se extiende desde los días tranquilos de la niñez hasta los años tumultuosos de la juventud, como así también desde el período inquisitivo y vigoroso de joven hasta el estado floreciente de la adultez. En mi participación con la ficción, he experimentado gozo y luz, pero también he sufrido tristeza inesperada y soportado una oscuridad profunda. Mi experiencia se ha visto bendecida con docentes temerosos de Dios y abnegados, pero también se ha visto desafiada por profesores agnósticos y egocéntricos. A lo largo de mi “camino a Emaús”, a pesar de mi necedad y lentitud de corazón para creer todo lo que los profetas han hablado, Jesús ha estado conmigo, impulsándome con paciencia para que comprenda el papel de la ficción.

Mi participación inicial con la ficción fue de naturaleza bíblica. Se vio adornada con la paz de la niñez y apuntalada por principios formadores para la vida. Como si fuera ayer, recuerdo a mi hermana menor conmigo como preescolares, sentados juntos y envueltos por los brazos de mi madre, uno a la derecha y otra a la izquierda. Allí pronunciamos los cánticos de Sión, memorizamos las Bienaventuranzas y otros versículos de las Escrituras, y escuchamos intrigados la parábola del hijo pródigo y otras historias de la Biblia, todas ellas narradas por el estilo inimitable de mi madre. Esto se vio afirmado en mis años de escuela primaria por Naomi Blatch, mi maestra de la escuela pública.1 Aun hoy puedo ver a cada uno de nosotros frente a la clase, tomando turnos para leer historias de Bible Firsts [Los primeros de la Biblia]. Para mi mente receptiva, se hizo natural ver los relatos y personajes de la Biblia como del todo fascinantes.

Todo eso cambió, sin embargo, con el correr de los años. En la escuela media, me encontré con los mundos de los hermanos Grimm, un panorama donde estaban Hansel y Gretel, oscurecido por brujas y malvadas madrastras. Allí aprendí a disfrutar de cuentos conocidos como el de Jack y las habichuelas mágicas, ogros y gnomos, y huérfanos y hadas madrinas. Era un mundo extraño, aunque su oscuridad y suspenso hacían que mi corazón latiera más fuerte y me entrecortaba el aliento, destruyeron mi paz, moviendo a Jesús a la periferia de mis pensamientos. El mundo ficcional de la escuela secundaria apareció entonces en el horizonte, apelando, y de algunas maneras creando, una rebelión creciente, con su introducción a una aparente libertad sexual en obras de autores como D. H. Lawrence y John Updike, de la fama de El amante de Lady Chatterley y Parejas, respectivamente. Al sumergirme en la ficción, usándola como un centro de mi vida y escribiendo mis propios cuentos y obras de teatro, uno de las cuales obtuvo un premio, la paz me abandonó, y Jesús se convirtió en un débil eco. Aun así, fascinado por la extraña atracción de la ficción, me percibía como sofisticado, avanzado y liberado.

Aunque un retorno parcial a las primeras obras de mi niñez me brindó algo de estabilidad y satisfacción durante mis años en una universidad adventista, mi experiencia con la ficción aun entonces fue, en ocasiones, desconcertante. En mis años de estudiante de grado, un cálido y sin duda competente profesor de inglés impidió que la ficción inmoral fuera parte de sus materias, si bien retuvo obras que se enfocaban en obras épicas con vestigios hacia lo fantasioso y lo mágico. Sin embargo, marcó fielmente una correlación entre ellas y la vida, y mostró su conexión con la Biblia. Allí se abrió ante mí una nueva manera de ver la ficción, pero aún me estaba faltando algo. Desafortunadamente, ese vacío no se llenó con el programa de mis estudios de posgrado, que rindió homenaje obligado a Shakespeare y otras luminarias de la ficción. En efecto, mi incomodidad se hizo más profunda con el énfasis de un profesor en los versos obscenos de Chaucer, los cuentos pícaros de maridos engañados y esposas apartadas de la buena senda, narrados en un continuo de descripciones desenfrenadas y salacidad. Asqueado por el lugar que recibían esos cuentos obscenos en una institución adventista, escribí un análisis de más de veinte páginas titulado “Cuentos del alguacil y del molinero de Chaucer: ¿Pornografía medieval?” Me resultó catártico escribir este trabajo, y me convencí de que la función de la ficción era no solo entretener a los lectores de manera articulada y apelar con destreza a su aprecio por la belleza, sino también peticionar a lo más elevado de sus seres con sabiduría y elevarlos moralmente.

Mi travesía con la ficción dio más tarde un vuelco trascendental. Después de los estudios de posgrado, llegué a ser docente de ficción. Con el entusiasmo de la novedad, enfrenté un dilema en el alma mater de estudios de grado. ¿Enseñaría ficción con el contenido a veces de mal gusto de mi pasado educacional? ¿La enseñaría, en cambio, en una clase de síntesis, imitando el ejemplo de mi profesor de grado de recurrir a libros abiertamente perjudiciales, pero conservando los que consideraba inocuos, si bien cuestionables? ¿O daría todo por terminado? Con los años, una consciencia perturbadora y una mayor interacción con mis estudiantes me ayudó a responder estas preguntas.

De manera sorprendente, uno de los estudiantes que inconscientemente me ayudó en ese proceso fue alguien de primer año en la clase de composición. Al reaccionar a uno de los relatos que les había asignado como parte de la clase, cuestionó a un personaje insensible de Hemingway que parecía denigrar a Dios cuando, en sus reflexiones, se burlaba de la religión y del Padrenuestro con frases tales como “Nada nuestra que estás en la nada, nada sea tu nombre” (“Un lugar limpio y bien iluminado”).2 Sin embargo, para mí, la arrebato del personaje nacía en la desilusión, y no resultaba de ninguna manera obsceno o irreverente; era meramente fáctico, para revelar su confusión y desesperanza.

El estudiante, por otro lado, lo veía como peligroso o sacrílego, demostrando una de muchas opiniones por las que no se debería enseñar ficción en una escuela cristiana. Le respondí que Jesús mismo había usado la ficción empleándola efectivamente en muchas de sus parábolas. Aunque más tarde honré el deseo del estudiante de no leer ninguna ficción y asignarle sustitutos basados en hechos, en lo privado me sentí perturbado. La dedicación valiente e incondicional con sus creencias seguía dando vueltas en mi mente. ¿Podía él, como estudiante, estar en lo correcto, y yo, como docente instruido por luminarias de mi campo, estar equivocado? Y lo más importante, ¿estaba él siendo usado para traerme de regreso a lo que yo mismo había objetado al leer las historias de Chaucer durante mis estudios de posgrado?

Otro estudiante que desafió mis perspectivas sobre la ficción fue alguien del tercer año en una clase de literatura. Mientras que su contraparte más joven se mostró celoso y estrepitoso al proclamar sus ideas, él se mostró calmo y analítico al objetar una novela de Ernest Gaines. Armado de pasajes reales de la novela, se sentó en mi oficina (yo ahora era director del Departamento de Inglés), explicando su incomodidad con el lenguaje ofensivo, situaciones inmorales y efecto último. Su enfoque me invitó a considerar si Dios apoyaba que se enseñaran esas obras en su institución y a jóvenes que se estaban preparando para servir en esta tierra y ser ciudadanos del cielo. Me sentí impactado por el tacto y la verdad obvia de su protesta; tanto así que le pedí a mis colegas evitar enseñar esas obras.

Este no fue el fin, pues este joven encendió la llama que había inició el primer estudiante. De manera meticulosa, evalué mis propias clases, quitando de ellas todo lo que se oponía a los consejos de la Biblia sobre la imaginación y la verdad. Ya no podía adaptarlos como algo saludable para el consumo de los estudiantes. Ya no podía imponer a mis estudiantes, en nombre del arte y la relevancia, de la inmundicia descarada, la obscenidad, la violencia y la sexualidad gráfica de obras como El holandés de Amiri Baraka, El aullido de Allen Ginsberg, y Ojos azules, de Toni Morrison.

Cuando las Escrituras guiaron mi reevaluación, estas asumieron una claridad y una dimensión que de alguna manera había pasado por alto. Me resultaron útiles las palabras de David, que escribió: “No pondré delante de mis ojos cosa injusta. Aborrezco la obra de los que se desvían; ninguno de ellos se acercará a mí. Corazón perverso se apartará de mí; no conoceré al malvado” (Salmos 101:3, 4, RV95).3 Pablo también me resultó útil, cuando aconseja: “Eviten toda conversación obscena. Por el contrario, que sus palabras contribuyan a la necesaria edificación y sean de bendición para quienes escuchan” (Efesios 4:29, NVI).4 Para mí, el apóstol me aclaró todo el tema cuando imploró: “Por último, hermanos, consideren bien todo lo verdadero, todo lo respetable, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo digno de admiración, en fin, todo lo que sea excelente o merezca elogio” (Filipenses 4:8, NVI).

No tenemos que exaltar la idolatría ni los hombres que no escogieron servir a Dios. Hace años, se dio una reprensión a los editores con respecto a defender incluso la lectura de libros tales como ‘La cabaña del tío Tom’, ‘Las fábulas de Esopo’, y ‘Robinson Crusoe’. Los que comienzan a leer esos libros desean por lo general continuar leyendo novelas.

También hallé sumamente útil el uso que hizo Jesús de las historias. Como Maestro de los maestros, siempre las contó con un propósito definido: la restauración, el gozo, la salud y el cumplimiento de la realización que se conocía al comienzo de los tiempos. Vino, enfatizó él, “para que tengan vida, y la tengan en abundancia” (Juan 10:10). Esa dedicación no le impidió utilizar en sus historias un arsenal de recursos literarios, pero él los usó para cautivar la atención de su audiencia y agraciar sus historias con el mismo compromiso con la belleza y la perfección que derramó sobre sus obras creadas. Sus historias abundan de cualidades literarias tales como la personificación, la metáfora, los símiles, la hipérbole, la ironía, el soliloquio y la alusión, y cuentan con una gama que va de la comedia y la tragedia a la alegoría y la realidad o uso de eventos reales con propósitos narrativos. Por ello, la parábola del sembrador deslumbra no solo con la genialidad de Jesús al usar una actividad bien conocida para ilustrar un punto sobre la recepción del evangelio, sino que también mide la naturaleza multifacética y atribulada de la mente humana. Por cierto, la parábola del hijo pródigo capta agudamente el gozo contagioso de un padre amante que recibe en su hogar a su hijo golpeado por la vida pero, en un golpe de genialidad, Jesús deja el fin de la historia en manos de su audiencia: ¿Cómo van a tratar a los hijos pródigos de sus propios círculos? ¿Van a quedar afuera de la fiesta de bienvenida, críticos y enfurruñados, o van a sumarse a la diversión y abrazarlos dado que “estaba muerto, [y] ha vuelto a vivir; se había perdido y lo hemos encontrado”? (Lucas 15:32, DHH).5 Todo esto muestra que cuando se usa la ficción como Jesús la usó, esta se convierte en una herramienta cautivadora e instructiva para iluminar y contribuir con la condición humana. Cuando no es así, se rebaja y aun degrada este don dado por Dios, engañando a la audiencia.

He hallado que Elena White,6 quien dijo que sus escritos son una luz menor que lleva a los lectores a la luz mayor de la Biblia, enfatizó y amplificó su postura sobre la ficción. Cuando comparto con colegas respetados y expertos mis preocupaciones sobre la ficción, encuentro varias objeciones. En primer lugar, sostienen que cuando Elena White habló contra la ficción, ella estaba protestando contra las novelas baratas de fines del siglo XIX en los Estados Unidos, no la ficción en general. En segundo lugar, si se sacara la ficción del plan de estudios, mutilaríamos las chances de los estudiantes de seguir estudios de posgrado en instituciones seculares y relegaríamos nuestras instituciones a un estatus de colegios bíblicos.

Con todo respeto, no he hallado evidencias para apoyar la primera objeción. En efecto, declaración tras declaración del espíritu de profecía sostiene lo contrario. Quizá aquí solo alcanzaría con compartir algunas. En El hogar cristiano, Elena White escribió sobre los efectos perjudiciales de los cuentos, los mitos clásicos y los autores incrédulos. Allí se lamentó:

“El mundo está inundado de libros que sería mejor destinar al fuego que a la circulación. Sería mejor que los jóvenes nunca leyesen libros que traten temas sensacionales, publicados y puestos en circulación para ganar dinero... La práctica de leer cuentos es uno de los medios empleados por Satanás para destruir almas. Produce una excitación falsa y malsana, afiebra la imaginación, incapacita la mente para ser útil y la descalifica para cualquier esfuerzo espiritual. Aleja el alma de la oración y del amor a las cosas espirituales.

Las novelas y los cuentos frívolos y excitantes “Apenas en menor grado son una maldición para el lector. Puede ser que el autor quiera enseñar en su obra alguna lección moral, y saturarla de sentimientos religiosos, pero muchas veces éstos sólo sirven para velar las locuras e indignidades de fondo”.7

Su oposición a la ficción fue clara, amplia y firme, hasta incluir escritores como William Shakespeare y Harriet Beecher Stowe. En Manuscript Releases, tomo 6, declaró:

“Hermanos, entremos en razón. De muchas maneras nos estamos apartando de Dios.

¡Oh, qué vergüenza me dio un número reciente de ‘Señales de los tiempos’! En la primera página hay un artículo sobre Shakespeare, un hombre que falleció pocos días después de una juerga de ebriedad, perdiendo la vida mediante la indulgencia del apetito pervertido. En ese artículo se expresa que hizo muchas buenas obras. Se exalta el hombre. Se coloca el mal y el bien al mismo nivel, y se publica en una revista que nuestro pueblo usa para dar el mensaje del tercer ángel a muchos de los que no pueden ser alcanzados por la palabra que se proclama […].

“Cuando damos el mensaje en su pureza, no usaremos imágenes que ilustren el lugar de nacimiento de Shakespeare, o imágenes similares a la ilustración de las diosas paganas que se usaron para llenar la primera página de un número reciente de la ‘Review and Herald’. Tenemos que educar a otros en este sentido. Dios se pronuncia contra esos artículos e ilustraciones. Tengo que dar un testimonio directo en relación con ellos. No tenemos que exaltar la idolatría ni los hombres que no escogieron servir a Dios. Hace años, se dio una reprensión a los editores respecto de defender incluso la lectura de libros tales como ‘La cabaña del tío Tom’, ‘Las fábulas de Esopo’, y ‘Robinson Crusoe’. Los que comienzan a leer esos libros desean por lo general continuar leyendo novelas. Mediante la lectura de historias seductoras, pierden rápidamente la espiritualidad. Esta es una de las principales causas de la espiritualidad débil e incierta de muchos de nuestros jóvenes”.8

Con respecto de la segunda objeción sobre la importancia de la ficción y el hecho que su remoción debilita nuestro programa académico, la Sra. White tuvo un sueño en el que el mismo Jesús brindó consejos valiosos a los educadores adventistas. Ellos estaban apoyando ávidamente el uso de libros de autores incrédulos, creyendo que ellos eran necesarios para el plan de estudios. Jesús, sin embargo, discrepó, explicando en detalle su posición:

“Uno que es y por mucho tiempo ha sido nuestro Instructor, se adelantó, y tomando en su mano los libros que habían sido defendidos con fervor como fundamentales para la educación superior, dijo, ¿Se hallan en estos autores sentimientos y principios que sea prudente colocarlos en las manos de los estudiantes? Las mentes humanas se ven encantadas fácilmente por las mentiras de Satanás; y esas obras producen un desagrado por la contemplación de la Palabra de Dios que, de ser aceptada y apreciada, garantiza la vida eterna al que la recibe. Sois criaturas de hábito y si jamás habéis leído una palabra de esos libros, haríais mucho mejor en comprender ese Libro que está por sobre todos los demás libros, que es digno de estudio, y que da las únicas ideas correctas referidas a la educación superior.

“Que haya sido costumbre incluir esos autores entre vuestros libros de lecciones, y que esta costumbre es de larga data, no constituye un argumento en su favor. Esto no los recomienda necesariamente como libros seguros o esenciales. Estos libros han llevado a miles adonde Satanás llevó a Adán y Eva, a comer del árbol del conocimiento que Dios había prohibido. Llevaron a los estudiantes a abandonar el estudio de las Escrituras en pro de una educación que no resulta fundamental. Las palabras de hombres que brindan evidencias de que no conocen a Cristo no tienen que hallar un lugar en nuestras instituciones”.9

En una conclusión aguda que llevó el debate a una conclusión incuestionable, Mrs. White reportó las palabras finales de Jesús: “La Mensajera de Dios tomó libros de las manos de varios maestros, y los puso a un lado, diciendo: Jamás hubo un tiempo en vuestra vida en que el estudio de estos libros fuera para vuestro beneficio y progreso, o para vuestro bien eterno en el futuro”.10

Mi travesía al navegar en mi vida las aguas turbulentas de la ficción, guiada por los consejos de la Biblia y el espíritu de profecía, ha llegado a su fin. Ya no acojo la ficción, ni la veo como instructiva, entretenida, inocua o necesaria. En efecto, ahora la veo como sutilmente peligrosa y solo es beneficiosa cuando es usada estrictamente de las maneras utilizadas por Jesús. Comprendo la vituperación contra gran parte de la ficción moderna que expresó Harry Emerson Fosdick en su libro Doce pruebas del carácter:

“Nuestros padres solían presenciar la ejecución pública de los criminales. La teoría afirmaba que la vista de la muerte violenta como castigo por el crimen enseñaría una lección a las personas. Pero no fue así. Los criminalistas aprendieron que después de las ejecuciones públicas, los homicidios y los crímenes violentos aumentaban. Descubrieron que la brutalidad engendra brutalidad. Es por ello que las ejecuciones se llevan a cabo a puertas cerradas.

“Así también, es absurdo para nosotros suponer que nuestro interés desvergonzado y vehemente en el sexo, en dramas, novelas, lecturas y caricaturas sexuales del psicoanálisis, con toda su información, están ayudando a limpiar la vida de los jóvenes. Su efecto no es limpiar sino vulgarizar. No despiertan la aspiración a la pureza; acostumbran la mente a la impureza. No podemos dejar limpia la ropa si la lavamos en agua sucia”.11

¿Por qué deberíamos sujetarnos y sujetar a nuestros estudiantes impresionables a obras de escritores que a menudo eran ellos mismos disipados y estaba en continua búsqueda, incapaces de pilotear sus propias trayectorias? ¿Por qué no deberíamos prestar atención a los arrepentimientos posteriores de varios quienes, como Chaucer12 y Boccaccio,13 rechazaron el contenido inmoral de sus obras? En lugar de abrazar la ficción, ¿no deberíamos prestar atención a la evaluación de la Biblia cuando afirma, “¡Busquen las instrucciones y las enseñanzas de Dios! Quienes contradicen su palabra están en completa oscuridad” (Isaías 8:20, NTV)?14 Aunque jamás hubo un tiempo seguro para que los docentes cristianos incursionen en la ficción en sus salones de clase y su vida privada, ahora es doblemente inseguro para nosotros, “que vivimos en estos tiempos finales” (1 Corintios 10:11, NRV95). Somos “cartas de recomendación […] conocidas y leídas por todos” (2 Corintios 3:1-2, NVI). Por ello, no podemos permitir que se mancille alguna parte de nuestra vida con escritos de origen satánico. Como luces del mundo y sal de la tierra, tenemos que dedicarnos a promocionar y proclamar literatura que ilumine y purifique: en resumen, tenemos que dedicarnos a los negocios de nuestro Padre de hacer todo lo que podemos para ayudar a sanar a un mundo herido y quebrantado, todo lo cual comienza en nuestra vida personal y en nuestros salones de clase.


Este artículo ha sido sometido a una revisión de pares

Derek C. Bowe

Derek C. Bowe, PhD, es profesor de inglés y lenguas extranjeras en la Universidad Oakwood en Huntsville, Alabama, Estados Unidos. Ha enseñado literatura en Oakwood durante más de treinta años y también ha sido director de departamento. El doctor Bowe obtuvo su doctorado en inglés de la Universidad de Kentucky, y ha publicado y presentado ampliamente sobre una diversidad de temas relacionados con la lengua y la literatura inglesas.

Citación recomendada:

Derek C. Bowe, “La Biblia, Elena White y la ficción: La experiencia de un docente”, 82:1 (Enero-Marzo 2020)

NOTAS Y REFERENCIAS

  1. Antes de los fallos de la Corte Suprema de los Estados Unidos en 1962, la oración y la lectura de la Biblia eran prácticas comunes en las escuelas públicas de los Estados Unidos. Véase Frank McGee, “Supreme Court Rules Against Requiring Prayer in Public Schools”, NBC Learn K-12 (17 de junio de 1963): https://archives.nbclearn.com/portal/site/k-12/fla... 
  2. Ernest Hemingway, “A Clean, Well-Lighted Place” (1933): https://pdf4pro.com/view/a-clean-well-lighted-place-1933-url-der-org-34c66.html.
  3. Citado de la versión Reina-Valera 95® © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Usada con autorización.
  4. Citado de la versión Santa Biblia, NUEVA VERSIÓN INTERNACIONAL® NVI® © 1999, 2015 por Bíblica, Inc.®, Inc.® Usado con permiso de Bíblica, Inc.® Reservados todos los derechos en todo el mundo.
  5. Citado de la versión Dios habla hoy ®, Tercera edición © Sociedades Bíblicas Unidas, 1966, 1970, 1979, 1983, 1996. Usada con autorización.
  6. Los escritos de Elena White sobre la ficción poseen muchos contextos. Algunas de sus cartas sobre el tema fueron escritas durante el período en que los colegios terciarios adventistas estaban desarrollando planes de estudio que no dependían de la tradición clásica de estudios del griego y latín. Otras cartas fueron escritas a las imprentas adventistas del siglo XIX como la Pacific Press en California y la Review and Herald en Battle Creek, en momentos en que ambas estaban aceptando imprimir materiales de ficción para terceros. Para más información sobre las declaraciones de Elena White sobre la ficción, véase Keith Clouten, “Ellen White and Fiction: A Closer Look”, Revista de educación adventista 76:4 (Abril/Mayo 2014): 10-14: http://circle.adventist.org/files/jae/en/jae201476...  Para más información en cuanto al currículo in los Primeros Colegios Adventistas, vea, Floyd Greenleaf, In Passion for the Word (Nampa, Idaho: Pacific Press, 2005), 80-103.
  7. Elena G. White, El hogar cristiano (Buenos Aires: Asoc. Casa Editora Sudamericana, 2007), 375.
  8. ____________, Manuscript Releases 1897 (Silver Spring, Md.: Ellen G. White Estate, 1990), 6:279, 280. La cursiva es mía.
  9. __________, “The Bible in Our Schools”, ibíd., 263, 264.
  10. Ibíd., 265. La cursiva es mía.
  11. Harry Emerson Fosdick, Twelve Tests of Character (New York: Harper & Brothers, 1923), 44. Véase también investigaciones comparativas que muestran que los índices de homicidio en los estados con pena de muerte son más elevados que en los estados donde no hay pena de muerte lo que, se dice, apoya la observación de Fosdick: Centro de Información sobre la Pena de muerte (actualizado a 2020): https://deathpenaltyinfo.org/facts-and-research/murder-rates/murder-rate-of-death-penalty-states-compared-to-non-death-penalty-states. Lo que enfatiza Fosdick, sin embargo, es que la contemplación generalizada de la inmoralidad sexual crea mayor degradación, así como la exposición deliberada a los ahorcamientos públicos lleva inconscientemente a mayor brutalidad.
  12. Al final de Los cuentos de Canterbury, Geoffrey Chaucer efectúa una confesión asombrosa, escrita aparentemente un tiempo después de la fecha original de publicación del poema. En ella, busca “la misericordia de Dios” y las oraciones de sus lectores por sus “traducciones y composiciones de vanidades mundanales” como Troilo y Crésida, Los cuentos de Canterbury (específicamente “los que tienden hacia el pecado”), y El Parlamento de las aves. Chaucer agradece a Jesús, María, y “todos los santos del cielo” por sus obras sin ficción como “la traducción la Consolación de la filosofía de Boecio, y otros libros de leyendas de santos, y homilías, y moralidad, y devoción”. (Véase Universidad Harvard, sitio web de Geoffrey Chaucer, “10.2 Chaucer’s Retraction” [2018]: https://chaucer.fas.harvard.edu/pages/chaucers-retraction-0.
  13. Volviéndose más y más religioso en sus últimos años, Giovanni Boccaccio tuvo que ser persuadido por su amigo Petrarca “para no quemar sus propias obras y vender su biblioteca”. (Véase Umberto Bosco, Encyclopedia Britannica, “Giovanni Boccaccio: Italian Poet and Scholar” (modificado en enero de 2020): https://www.britannica.com/biography/Giovanni-Boccaccio.
  14. Citado de la Santa Biblia, Nueva Traducción Viviente, © Tyndale House Foundation, 2010. Todos los derechos reservados.