Joel Raveloharimisy

Creencia y práctica:

Imperativos espirituales para el docente adventista

Ser docente implica más que las horas que paso en el aula con mis estudiantes. Además de mi preparación y mi título académico, me siento feliz de ser cristiano adventista del séptimo día, con el compromiso de prepararme y preparar a otros para encontrarme con Cristo, nuestro Salvador y Rey. Creo que mi función como docente no puede quedar separada de mi responsabilidad de llevar a otros a Cristo. Para que esto sea una realidad, primero tengo que cultivar mi propia relación con Cristo. Es imposible que alguien vea a Cristo en un ser humano en cuyo corazón Él no habita.

La docencia cristiana es una actividad espiritual que tiene como centro la redención. Este objetivo es característico de la educación adventista. Elena G. White dijo: “La obra de la redención debía restaurar en el hombre la imagen de su Hacedor, devolverlo a la perfección con que había sido creado, promover el desarrollo del cuerpo, la mente y el alma, a fin de que se lleve a cabo el propósito divino de su creación”.1 Y añadió: “En el sentido más elevado, la obra de la educación y la de la redención, son una”.2 La función del docente adventista, por lo tanto, no es sólo capacitar a los jóvenes en asuntos de este mundo, sino también educar y guiar a través del ejemplo en asuntos del espíritu. Los docentes son líderes, y sus estudiantes buscan en ellos la guía académica y también la personal. El propósito de la enseñanza es guiar a los estudiantes al progreso de sí mismos. Los docentes, por lo tanto, están en posición de ayudar a mejorar la vida espiritual de sus estudiantes.

Enfocarse de manera continua en la relevancia de tener docentes en nuestras instituciones educativas que estén dedicados a nutrir la espiritualidad de los estudiantes es una condición necesaria para lograr el objetivo de la verdadera educación. La espiritualidad se refiere aquí a una relación constante, personal y profunda con Cristo. Cultivar tal relación es importante para la propia salvación de los docentes, la de sus estudiantes y también la de otros que están asociados con ellos.

Las obras de la salvación y la redención están a disposición de todos los que aprovechen esa oportunidad para sí por medio de Cristo, quien fue motivado por su amor hacia nosotros para otorgarnos tal don de la salvación. Por esa razón, los docentes necesitan tomar muy en serio su vida espiritual, porque Dios los ama y envió a su único Hijo a morir por sus pecados. Jesús dio su vida sin reservas o condiciones, para que todos puedan tener la vida eterna. A cambio de ello, nos llama a volvernos a él y ser salvos (Isaías 45:22). Según esta perspectiva, el “objetivo redentor de la verdadera educación” es salvar al docente. Puede significar que Dios ha llamado a su pueblo a dar educación, porque él los ama, y la educación es uno de los muchos planes que Dios ha diseñado para salvarlos. Ya ha hecho provisión para su salvación, pero depende de ellos aceptarla y abrazarla.

Los docentes necesitan cultivar vidas espirituales, porque representan a Cristo como modelo ante sus estudiantes. Enseñar es una elevada vocación, y los docentes adventistas “trabajan en la obra de Cristo para la salvación de las almas”.3 Los estudiantes tienen elevadas expectativas de que sus docentes vivan su fe, porque aprenden mejor cuando ven lo que se les dice.4 Pueden conocer a Cristo al observarlo en otros. Este principio fue revelado en el estudio Valuegenesis de 2010, que descubrió que “el 82 por ciento de los participantes dijo que asistir a una escuela adventistas les había ayudado en su fe religiosa”.5  

El consejo del apóstol Pablo a Timoteo también ofrece un claro mensaje a los docentes con respecto a llevar a la práctica su vida espiritual: “Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto te salvarás a ti mismo y a los que te escuchen” (1 Timoteo 4:16, NRV95).6 Con ese objetivo, quiero presentar dos maneras en que los docentes pueden fortalecer su caminar con Dios, para que pueda tener confianza en su salvación y representar de manera efectiva y eficiente a Dios ante sus estudiantes. Este modelo está basado en un principio que se encuentra en las publicaciones de liderazgo espiritual.7 Para conservar una vida espiritual saludable, uno tiene que combinar dos imperativos espirituales: creencias y práctica. La verdadera educación requiere la convergencia de estos imperativos.

Creencias de valor espiritual

Las creencias espirituales incluyen la comprensión que el individuo tiene de Dios, su experiencia y conexión con El, además de su confianza en ese Dios. Ellas son fundamentales para los docentes cristianos, porque moldea su identidad y determina la calidad de vida y la experiencia espiritual con Dios. Estas creencias incluyen tener fe y esperanza en un Dios personal y amante, el deseo de estar cerca de El, y sentir la elevada vocación de servir a ese Dios.8

Tener fe en un Dios personal y amante

Tener fe en Dios es imperativo para los docentes, porque la fe demuestra nuestra confianza en el poder ilimitado que tiene Dios para suplir nuestro poder limitado. Nos impulsa a actuar, sabiendo que Dios está en control, a pesar de las incertidumbres de la vida. Necesitamos tener confianza en que Dios nos ayudará a atravesar los desafíos de nuestras responsabilidades docentes y la vida diaria. La fe hace que lo imposible sea posible, porque la Biblia dice que “nada es imposible para Dios” (Lucas 1:37).

Es por ello que Elena G. White aconseja que “Los maestros deben tener una fe viva, o se separarán de Cristo. El Salvador no pregunta de cuánto favor gozamos en el mundo, cuánta alabanza estamos recibiendo de los labios humanos; pero sí nos pide que vivamos de tal manera que pueda poner su sello sobre nosotros”.9 Tener fe en un Dios personal y amante es fundamental para nuestro éxito y supervivencia.

Esperanza en un Dios personal y amante

Enseñar es una “disciplina de esperanza”10, de esperanza continua para nuestros estudiantes y sus familias, y de un mundo mejor, como resultado de nuestra enseñanza. En la educación, “la esperanza es necesaria no solo para soportar el presente sino para imaginar y trabajar hacia una alternativa mejorada”.11 La esperanza nos sustenta, ayudándonos a creer que el cambio siempre es posible.

Necesitamos, por lo tanto, permanecer en comunión con la principal fuente de esperanza, quien tiene poder para guiarnos. Podemos hallar esta esperanza en Dios. “Cristo es el centro de toda verdadera doctrina. Toda religión verdadera se halla en su Palabra y en la naturaleza. Él es Aquel en quien se concentran nuestras esperanzas de vida eterna; y el maestro que aprende de él haya ancla segura”.12 Nos dio a su hijo como modelo para que lo imitemos. Es el gran Maestro, cuyo objetivo es “restaurar la imagen de Dios en el alma” e invitar “a cada docente de nuestras escuelas [para] obrar en armonía con este propósito”.13    

Deseo de estar cerca de Dios

“Acérquense a Dios, y Dios se acercará a ustedes. Lávense las manos, pecadores; purifiquen su corazón, porque su lealtad está dividida entre Dios y el mundo” (Santiago 4:8, NTV).14 Resistir a Satanás demanda una decisión deliberada. Quien se opone a nuestra relación y acceso a Dios tiene que ser ahuyentado. Es necesario reconocer la omnipresencia de Dios en nuestra vida. Somos llamados para vivir según los caminos de Dios en lo que valoramos y atesoramos (“purifiquen su corazón”) y lo que hacemos (“lávense las manos”).

El deseo de estar cerca de Dios nos da poder para destacarnos en lo que hacemos. Tener una relación con El permite que los docentes tengan “un conocimiento inteligente de la religión práctica”. Al “mantener sus propias almas en el amor de Dios, sabrán ejercer la paciencia y la tolerancia cristianas”.15

La elevada vocación de servir a Dios

No todos son llamados a enseñar, y no todos los que son llamados aceptan la invitación. Sin embargo, los docentes adventistas han aceptado la “elevada y santa vocación”16 de preparar a los estudiantes para que sean “aptos para servir a Dios, no solamente en esta vida, sino en la futura”,17 y de “amar y servir a Dios […] para ser la luz del mundo, que brille en medio de las tinieblas morales”.18

Por esa razón, el estilo de vida del docente no puede hacer concesiones. Se espera que “escapemos” de los peligros del pecado, y que busquemos una vida justa (2 Timoteo 2:22)19 y “andemos como es digno de la vocación con que [fuimos] llamados: con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor” (Efesios 4:1, 2). Podemos confiar en que Dios nos ayudará en esta empresa y nos equipará para el ministerio. Asimismo, “necesitamos ir a [El] con fe de que todo está prometido en la Palabra, y luego caminar en toda la luz y el poder que da Dios”.20 En otras palabras, creer solamente no es suficiente, debemos poner en práctica nuestras creencias.

Prácticas de valor espiritual

La práctica de valor espiritual es lo que hacemos de manera deliberada y metódica para profundizar nuestra relación con Dios. Incluye hacer frente a nuestras múltiples ocupaciones, e incorporar la oración, la meditación y el estudio de la Palabra de Dios.21

Nuestras múltiples ocupaciones

Los docentes enfrentan el desafío de ser profesionales a cada instante y, en consecuencia, otros aspectos de nuestra vida tienen un impacto directo sobre nuestro papel e influencia como docentes. Las fuerzas procedentes de nuestras ocupaciones, que se producen diariamente y que pueden quitarle valor a una comunión más profunda con Dios, son ubicadas en cuatro categorías: personal, familiar, profesional y vida social. Estas cuatro prioridades dictan nuestras responsabilidades hacia nuestro trabajo, familia, lugar de trabajo y ministerios, y también incluyen los deseos y objetivos personales. El problema no se encuentra en tales ocupaciones, sino en no dar a Dios prioridad por sobre todas las cosas. La solución: ser intencional para hacer de Dios la prioridad, para que “las preocupaciones de esta vida” y “muchos otros malos deseos” (Marcos 4:19) ya no sean barreras para una comunión profunda y significativa con Dios.

La oración

Es imposible excederse en enfatizar cuán importante es la oración en la vida del docente. La oración es comunicarse con Dios. Es la fuente de la fortaleza y el poder. Es el aliento del alma que resulta central para nuestra vida espiritual (Efesios 6:18), cuando compartimos con El las cargas de nuestro corazón. La oración puede ser individual (Mateo 6:6) o colectiva (Hechos 1:13-15; 2:42). Cada tipo de oración tiene su lugar y utilidad en la práctica espiritual. “A través de la oración sincera su alma es puesta en conexión con la mente del Infinito”.22 A cambio, Dios derramará sus bendiciones en nuestro caminar con El. “La oración es la llave en la mano de la fe para abrir el almacén del cielo, donde están atesorados los recursos infinitos de la Omnipotencia”.23

“Todo maestro debe recibir diariamente instrucción de Cristo, y debe trabajar constantemente bajo su dirección. Es imposible que comprenda o cumpla correctamente su trabajo a menos que pase mucho tiempo con Dios en oración. Únicamente con la ayuda divina combinada con su esfuerzo ferviente y abnegado, puede esperar hacer su trabajo bien y sabiamente. El maestro perderá la misma esencia de la educación, a menos que comprenda la necesidad de orar, y humille su corazón delante de Dios. Debe saber orar, y saber qué lenguaje debe usar en la oración. ‘Yo soy la vid –dijo Jesús–, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer’ (Juan 15:5). El maestro debe permitir que el fruto de la fe se manifieste en sus oraciones. Debe aprender a acudir al Señor e interceder con él hasta recibir la seguridad de que sus peticiones han sido oídas”.24

Meditación y estudio de la Palabra de Dios

La meditación es la práctica de llenar nuestra mente con las maravillas, las obras y la Palabra de Dios. Es el arte de tener una experiencia personal con Dios, en especial al estudiar Su Palabra. Buscamos la unión con un Dios personal cuando meditamos en Su Palabra, en El, Su creación, y las maneras en que El ha guiado nuestra vida. Nos ponemos a Su disposición, permitiéndole que nos hable y nos guíe.

La conexión ininterrumpida con Dios por medio de un corazón dedicado a estudiar Su Palabra nos equipará para pensar en “todo lo verdadero, todo lo respetable, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo digno de admiración […], lo que sea excelente o merezca elogio” (Filipenses 4:8). Asimismo, la práctica de la meditación moldeará nuestro carácter para que lo conformemos al de Dios. Meditar en la Palabra de Dios enriquecerá a los maestros con una sabiduría y piedad que los serán amados de Dios y los ángeles.25

Al considerar la importancia de la obra de los docentes, Elena G. White aconsejó a los maestros que hagan de la Palabra de Dios su meditación. Indicó que al recurrir a la Palabra de Dios nos hacemos vasijas en las cuales el Espíritu Santo nos inspira y llega a la mente del estudiante por nuestro medio. “La belleza y virtud de la Palabra de Dios ejercen una influencia transformadora sobre la mente y el carácter: las chispas del amor celestial lloverán sobre el corazón de los niños como una inspiración. Podremos llevar centenares y miles de niños a Cristo si trabajamos por ellos”.26

Elena G. White expandió ese mismo concepto y declaró que los docentes deberían buscar aprender de Cristo todos los días. “El verdadero maestro se educará en la excelencia moral, para que por precepto y ejemplo pueda guiar a las almas a comprender las lecciones del Gran Maestro. Nadie es apto para ejercer la enseñanza si se siente satisfecho con una norma baja. Nadie es apto para enseñar los grandes misterios de la piedad hasta que Cristo sea formado en su interior, la esperanza de gloria”.27

Conclusión

El crecimiento espiritual del docente se basa en la interacción de dos imperativos: las creencias religiosas y la prácticas religiosas. Esta sinergia de acciones combinadas, cuando los docentes creen fielmente en Dios y practican lo que creen, ejerce un efecto transformador en su propia vida y trabajo. Es fundamental que los docentes adopten esos imperativos mientras se esfuerzan en pos de su propia salvación y la de sus estudiantes (Filipenses 2:12). Los docentes llegan a ser los primeros beneficiarios en su espiritualidad al ser conocidos y amados por Dios (2 Timoteo 2:19). Asimismo, los estudiantes también llegan a ser participantes del fruto del Espíritu (Gálatas 5:22, 23) al interactuar y aprender de sus docentes.


Este artículo ha pasado por la revisión de pares.

Joel Raveloharimisy

Joel Raveloharimisy, MBA, PhD, es director del Programa de Comunidad y Desarrollo Internacional en la Universidad Andrews, en Berrien Springs (Míchigan, Estados Unidos). Sus áreas de interés incluyen la economía política, el género, el espíritu emprendedor, la corrupción, las instituciones, y la espiritualidad en la educación. Usted puede contactarlo a [email protected]

Citación recomendada:

Joel Raveloharimisy, “Creencia y práctica: Imperativos espirituales para el docente adventista,” Revista de Educación Adventista 43:1 (Octubre–Diciembre 2016). Disponible en https://www.journalofadventisteducation.org/es/2018.1.6.

NOTAS Y REFERENCIAS

  1. Elena G. White, La educación, p. 15.
  2. Ibíd., p. 29.
  3. ________, Mensajes selectos, t. 3, p. 262.
  4. Gyung Gu Kim, “A Longitudinal Study of Seventh-day Adventist Adolescents Through Young Adulthood Concerning Retention in or Disaffiliation From the Church”. Tesis doctoral, Universidad Andrews, 2001, p. 12: http://digitalcommons.andrews.edu/cgi/viewcontent.cgi?article=1491&context=dissertations.
  5. Centro John Hancock de Ministerios de Juventud y Familia, Valuegenesis3 Research Update: Research Information Summary, Número 3 (Enero 2012).
  6. Las citas bíblicas que dicen NRV95 pertenecen a la Reina-Valera 1995, versión Reina-Valera 95® © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Usada con autorización.
  7. Louis W. Fry, “Toward a Theory of Spiritual Leadership”, The Leadership Quarterly 14:6 (Diciembre 2003), pp. 693-727. doi: 10.1016/j.leaqua.2003.09.001.
  8. G. T. Freeman, “Spirituality and Servant Leadership: A Conceptual Model and Research Proposal”, Emerging Leadership Journeys 4:1 (2011), pp. 120-140, 123.
  9. Elena G. White, Consejos para los maestros, p. 223.
  10. Herbert Kohl, The Discipline of Hope: Learning from a Lifetime of Teaching (New York: Simon and Schuster, 1998).
  11. Carrie Nolan y Sarah Stitzlein, “Meaningful Hope for Teachers in Times of High Anxiety and Low Morale”, Democracy and Education 19:1 (Enero 2011), pp. 1-9.
  12. White, Consejos para los maestros, p. 438.
  13. White, Fundamentals of Christian Education, p. 436.
  14. La Santa Biblia, Nueva Traducción Viviente, © Tyndale House Foundation, 2010. Todos los derechos reservados.
  15. White, Consejos para los maestros, p. 183.
  16. Mark Kriger e Yvonne Seng, “Leadership with Inner Meaning: A Contingency Theory of Leadership based on the Worldviews of five Religions”, The Leadership Quarterly 16:5 (Octubre 2005), pp. 771-806.
  17. White, Consejos para los maestros, p. 525.
  18. White, Fundamentals of Christian Education, p. 480.
  19. White, Consejos para los maestros, p. 231.
  20. White, La oración, p. 24. La cursiva es mía.
  21. White, Consejos para los maestros, p. 309.
  22. Ibíd., p. 355.
  23. White, El camino a Cristo, p. 95.
  24. Consejos para los maestros, pp. 219, 220.
  25. White, Fundamentals of Christian Education, p. 531.
  26. White, Consejos para los maestros, p. 163.
  27. White, Fundamentals of Christian Education, p. 525.